De saber que vendrías. Obra en un acto.

 Personajes: Protagonista: Paula Ignacia (hija). Antagonista: Lourdes Alfaro (madre). 

Chile. Año 1995. Al centro hay una mesa de cocina con taburetes, tiene un termo y un par de frascos con azúcar y café. Al fondo el resto de elementos de la cocina: refrigerador, cocina, cafetera, estantes de platos y tazas, cajones de servicio. En la pared hay un teléfono de red fija. La cocina tiene una puerta hacia el exterior y otra hacia el comedor. Lourdes está tomando un café con un cigarro. Entra Paula, que viene desde el comedor, con una mochila de viaje llena (75 litros) y la deja caer pesadamente. Se sienta en la cocina con su madre.

Lourdes. — (Señalando la mochila). ¿Se te echó a perder la lavadora?

Paula. — (Se sonríe sarcásticamente). No, mamá. Se me echó a perder el matrimonio.

Lourdes. — ¿Qué hiciste?

Paula. — ¿Por qué asumes que es culpa mía? Valentino tiene una amante. Ayer tocaron la puerta y Valentino se fue al baño, así que tuve que abrir. Adivina quién era.

Lourdes. — ¿Una mujer? Qué te preocupas, así son los hombres.

Paula. — No era cualquier mujer. Era la novia que tuvo desde el colegio, la que no le gustaba a sus papás porque no era universitaria.

Lourdes. — Bueno, pero él se casó contigo ¿o no?

Paula. — Mamá, no entiendes nada. ¿Puedo dormir acá esta noche? No sé qué hacer.

Lourdes. — Yo creo que deberías volver a tu casa. Pero bueno, puedes dormir en tu antigua habitación. Aunque está en transformación. La estoy convirtiendo en mi estudio.

Paula. — ¡Tan luego! No hace ni dos meses que nos casamos.

Lourdes. — La vida sigue. Yo no sé para qué traes tantas cosas. Mañana vas a estar de vuelta, ya verás.

Paula. — Mira, mamá, tengo mucho que pensar. Esta semana se cierran las postulaciones a las becas de doctorado y creo que debería postular. No lo había hecho porque Valentino no quería acompañarme a vivir en el extranjero, pero ahora creo que quizás sería una buena cosa. Recuerda que estoy aceptada en la Universidad de Berkeley por mis buenas notas en el pregrado.

Lourdes. — Paula, una cosa es que castigues un rato a Valentino. Otra que rompas el matrimonio. Por algo no tenemos ley de divorcio en este país. Vas a estar casada siempre y te debes a tu marido.

Paula. — Mamá ¿no te das cuenta que los tiempos cambiaron? Yo no tengo porqué aguantar un matrimonio infeliz como mis abuelas, que se dedicaron a parir para pasar las penas.

Lourdes. — Paula Ignacia, tus abuelas no tenían las posibilidades de estudiar que tuvimos nosotras. Ellas se realizaron en la maternidad.

Paula. — Eso crees tú. Pero no me imagino qué realización puede haber en estar pariendo año tras año. Tú misma te operaste cuando nació mi hermano.

Lourdes. — Ahora yo soy la peor de todas porque solo tuve tres hijos. Pero considera que soy profesional. Trabajo. Además, a mí también me ha tocado lo mío en la relación con tu padre. No creas que todo ha sido color de rosas.

Paula. — Ya, sí ya sé que todos los días lo celas para tenerlo controlado. Pero eso no es vida. Yo no quiero estar pensando que tengo que estar atenta para que sea fiel. No quiero vivir en tensión.

Lourdes. — ¿Y tu crees que un hombre se va a satisfacer solo contigo? Paula Ignacia, serás muy inteligente, pero en esto realmente eres tonta. Es hombre. Es buenmozo. A diferencia de tus otros novios. Por eso me importaba que te casaras con este. Además es ingeniero y ya está de gerente en una empresa ¿Qué más puedes pedir? No seas ingrata con la vida.

Paula. — Sí, sí, sí. Entiendo que todo eso debiera importar. ¿Pero por qué no me entiendes tú? Fueron 3 años de novios y un año de casados. Y él anduvo siempre con ella. Necesito pensar.

Lourdes. — Hazte un café, voy a decirle a la nana que te arregle el dormitorio y te aviso para que vayas a instalarte.

Paula. — Gracias mamá (sale Lourdes llamando a la nana).

***

Paula. — Yo sabía que no tenía que venirme para acá. Pero no tengo donde más ir. Me muero de vergüenza que mis amigas sepan esto. Solo quiero hacerme bolita y dormir (se comienza a preparar un café y revisa el refrigerador).¡Qué rico se ve este pastelito! Me lo voy a comer antes de que venga la mamá a recriminarme. Sé perfecto lo que va a decirme (con voz que imita a su madre)“Paula, tienes que cuidarte. Si busca a otra quizás es porque estás muy gorda. Nadie te va a querer si comes así”. ¡Uf! Que difícil es ser mujer en esta familia. Tienes que estar flaca, tienes que llegar virgen al matrimonio, tienes que ir a la universidad, tienes que casarte con un hombre exitoso y que mejore la raza, tienes que parir. ¿Qué dirá mi madre cuando sepa que Valentino quiere hijos y yo no? Demasiado para un solo día, mejor dejo de pensar un rato (se sirve el café y se come con ganas el pastel). (Mirando el plato vacío). ¿Y si mi matrimonio fuera como este pastelito? Un dulce rico mientras duró, pero que te deja con pena cuando se acaba. ¡Por la cresta! Que no pueda ni disfrutar un pastel ¿cómo se espera que pueda disfrutar un matrimonio? La verdad es que el sexo era mejor antes de casarnos, quizás era porque no había la presión de tener hijos. ¿Qué pasa si yo no quiero hijos? Lo que en realidad querría es irme a Berkeley, pero Vaentino me amarra a Chile. Creo que mejor me como otro pastelito. Eso sí lo puedo hacer (se sirve otro trozo de pastel y lo disfruta).

***

Lourdes. — (Entrando con una caja de cartón grande, que contiene el vestido de novia limpio y muy bien guardado). Mira lo que encontré en tu dormitorio. Lo trajeron la semana pasada muy limpio y listo para guardar. ¿No te recuerda la alegría del día de tu boda?

Paula. — ¿Sabes dónde estaba Valentino el día antes de la boda? Con ella. La muy canalla me mandó fotos del motel en el que se encontraban y de la boleta con la fecha. ¿Cómo puedo estar con alguien así? (Sigue comiendo el pastel).

Lourdes. — Mira, si ella está haciendo todo eso es porque siente que lo va a perder. No le des más vueltas. Tu ganaste. Te lo ganaste. En todo caso, ¡el vestido ya no te va a quedar bueno si sigues comiéndote ese pastel! ¿No entiendes que lo puedes perder si engordas?

Paula. — (Baja el tenedor y mira a los ojos a su madre desganada). ¿Cómo puedes ver todo en términos de ganar o perder a otra persona? El amor de pareja se trata de construir un proyecto con la otra persona. No hay proyecto posible con alguien que no es honesto. Yo estoy tratando de construir y así no se puede.

Lourdes. — Pero, hija, esto se resuelve con que tengas un hijo. Así se amarra la relación para siempre.

Paula. — ¡Mamá! Cuando pololeábamos me dijiste que si me embarazaba me echabas de la casa. Y ahora quieres nietos. No te entiendo.

Lourdes. — Bueno, se habría visto muy mal que te embarazaras sin estar casada. Tienes que dar el ejemplo. No vas a ser como la poblacional esa de la ex, que anda mendigando derechos que tú tienes por ley.

Paula. — Mamá (abriendo los ojos y hablando muy lentamente) ¿Tu tienes algo que decir respecto a ella? ¿Sabías algo?

Lourdes. — Eh… Sabes que creo que hay un postre de ese que te gusta tanto. Deja ese pastel. Este postre es sin azúcar y con crema. Muy en la onda keto en que estuvimos para que entraras en el vestido (se acerca al refrigerador).

Paula. — ¿Mamá?

Lourdes. — (Se acerca con una fuente con postre). Paula, lo sospechaba. ¿Qué quieres que te diga? Pásame ese pastel. Toma, acá tienes. Cucharea esto mejor (le pasa la fuente y una cuchara).

Paula. — Pero ¿por qué no me lo dijiste? ¡Cómo dejaste que me casara!

Lourdes. — Bueno, tu ya tenías sexo con él. Nada secreto, te ibas de vacaciones y todo. Entonces era necesario que te casaras. Si ya no llegaste virgen, por lo menos que no estés tan carreteada.

Paula. — (Prueba el postre) ¡Puaj! Esto está pésimo. Se me quitó el hambre. (Lo aparta). Mamá, ni en tú época las cosas eran como tú crees. La gente siempre ha tenido sexo. Solo que ahora es más sano y abierto.

Lourdes. — Eres muy ingenua. Todo el mundo habla. Y yo no te críe para eso. Te críe para que fueras un modelo de mujer. Ahora, ten hijos. Un par. Después vemos.

Paula. — Valentino quiere lo mismo. En la luna de miel me insistió en que tratáramos. ¿No ven que esto me amarra? O quizás lo ven. Una amarra más para la tonta de Paula. Yo he cumplido con todo lo que se espera de mí. Pero esto… Esto no es tolerable.

Lourdes. — No debiste haberte venido. Los problemas de pareja se resuelven en la casa. Además, de saber que ibas a venir habría botado el pastel.

Paula. — ¿Quieres que le grite y le haga escándalo como tu se los haces al papá?

Lourdes. — A mi me funciona.

Paula. — Pero yo no soy como tú. A mi me gusta conversar. Así, como estamos ahora. Detesto los dramas.

Lourdes. — Eso porque eres temerosa. Un buen drama le da sabor a la vida. Hace que se desaten las pasiones.

Paula. — Mi infancia está llena de recuerdos de peleas y discusiones entre tu y el papá. No recuerdo que eso le haya dado sabor a mi vida, solo temor.

Lourdes. — Ya. Ella, la víctima. ¡Córtala Paula Ignacia! No me vas a dejar mal delante de todos los amigos y familiares que invité a la boda. Si quieres te voy a dejar yo misma a tu casa, para que resuelvas tus problemas hoy.

Paula. — ¿Sabes qué? Si, me siento como deben sentirse las víctimas. Pero no les voy a dar el gusto de someterme esta vez. Y no me saques en cara la fiesta de 300 invitados que pagaste. Sabes muy bien que yo quería algo más íntimo. Insististe tanto en invitar a toda esa gente. Te deje ganar esa. Porque fue mi regalo para ti.

Lourdes. — ¡Ay! Yo siempre había soñado con que mi muñequita se casara con una fiesta a todo trapo. Lo pasamos bien no crees (sonríe y mira hacia arriba, rememorando).

Paula. — ¡Pero la cosa es que yo no soy una muñeca!

Lourdes. — Sabes que te digo así de cariño. Recuerdo cuando podía decidir tu ropa. Realmente disfrutaba vistiéndote como una princesita y haciéndote las trenzas.

Paula. — A los 12 años empecé a usar el pelo corto y a los 22 a pintarlo de colores de fantasía, solo para que me dejaras en paz.

Lourdes. — Siempre has tenido un afán por afearte. Ahora eres una señora. Te recomiendo que comiences a vestirte como una profesional, a cuidarte de no engordar y a peinarte como corresponde. Y que mantengas vivo tú matrimonio. La verdad es que un hijo te vendría muy bien para que dejaras de pensar en todas estas cosas. No mires el pasado.

Paula. — (Hablando más para sí misma). Creo que habría sido mejor irme a un hotel. Acá no voy a tener la calma que necesito. (Mira a Lourdes). Lo que pasa es que tu tienes hasta nombre de virgen. Eres la exitosa y perfecta psicóloga Lourdes Alfaro. No hay nada que te pueda decir para convencerte de cambiar.

Lourdes. — (Hablando fríamente). No me ofendas Paula Ignacia. No te burles de mi trayectoria. Tú no has sabido tener controlado a tu hombre. Eso es tú culpa.

Paula. — (Suspira y camina por la cocina). No es posible que creas que su infidelidad sea mi culpa. Mamá, Valentino pudo haber resuelto esto de muchas formas, sin necesidad de dejar que me enfrentara a su amante, mientras él se escondía en el baño de la casa. (La mira y le grita). ¡No lo entiendes!

Lourdes. — (Amenazante) No me levantes la voz, Paula Ignacia.

Paula. — ¿O qué? ¿Me vas a pegar?

Lourdes. — Quizás un par de correazos te vendrían bien, para entrar en razón.

Paula. — (Gritando). ¡Lo que tú llamas entrar en razón es hacer lo que tu quieres!

Lourdes. — (Levanta la voz). Porque tu no sabes lo que te conviene. ¡Yo sí sé!

Paula. — (Gritando). Desde lo que como, hasta cómo enfrento mi matrimonio ¿sabes mejor que yo lo que me conviene en todo?

Lourdes. — (En voz alta, pero contenida). Gobiérnate, Paula.

Paula. — ¡No quiero! Llevo años controlándome para que no te molestes. Me acuerdo perfecto de los golpes en mi infancia. ¿Crees que porque no hablo de eso lo he olvidado? ¿Qué dirían en tu trabajo de académica si supieran eso?

Lourdes. — Esto se está pasando de castaño oscuro. Solo quiero que vuelvas a tu casa. Creo que es mejor que te vayas. Aprovecha de llevarte este vestido (le deja la caja de cartón arriba de la mochila). Voy a llamar a Valentino para que te venga a buscar (se acerca al teléfono de pared en la cocina).

Paula. — (Le quita el teléfono de la mano a su madre). Pero ¿quién te crees?

Lourdes. — Tu madre.

Paula. — ¡Parece que este matrimonio te importa más a ti que a mí!

Lourdes. — Eso mismo estoy empezando a pensar.

Paula. — Sabes (tomando la caja con el vestido) creo que entonces deberías haber usado tu este costoso vestido. ¡Cásate tu con Valentino!

Lourdes. — ¡No seas ridícula!

Paula. — Bueno, si no quieres casarte con él, creo que este vestido ya no tiene sentido (abre la caja).

Lourdes. — (Levantando la voz) ¿Qué estás haciendo?

Paula. — Voy a dejar este vestido igual que mi matrimonio (agarra una tijera de cocina).

Lourdes. — Te vas a arrepentir.

Paula. — ¿Más de lo que ya estoy?

Lourdes. — ¿De qué te arrepientes ahora?

Paula. — De haberme dejado llevar por ti (comienza a sacar el vestido de la caja y lo mira con las tijeras en la mano).

Lourdes. — No hagas eso.

Paula. — ¿Te importa más el vestido que tú elegiste? ¿Te importa más que mi felicidad? (Se sobrepone el vestido como modelando).

Lourdes. — ¡Es un lindo vestido!

Paula. — Sabes, creo que este vestido ya no tiene cabida en mi vida. Cuando esté en Berkeley no habrá necesidad de estar casada. (Pone el vestido en la mesa y comienza a cortarlo).

Lourdes. — (Comienza a llorar y mira al cielo) ¿Qué hice mal?

Paula. — (Termina de cortar el vestido en muchas partes). Nada, no has hecho nada mal. Tienes razón en una cosa. No quiero ser más una víctima. (Le pasa a su madre los restos del vestido). Prefiero ser una sobreviviente. Me iré a un hotel esta noche y mañana ya veré cómo comienzo mi vida una vez más.

Sale Paula de la habitación con su mochila, mientras Lourdes llora sobre los trapos de lo que antes fuera un hermoso vestido blanco. Cae el telón.

Fin

Prime Video: Madres e hijas