Voy a supermercado y todo va bien. Muy apegada a la lista. Hasta que llego al pasillo de los panes. Y ahí empieza esa voz, la voz:
—¿Para qué vas a llevar pan? Mejor lleva unas galletas de arroz, que no son tan ricas y así no comes tanto.
—Pero lo que a mí me gusta es el pan.
—Ya, pero al menos trata de llevar uno que no engorde tanto.
—A ver... este pan de molde blanco me gusta mucho, es muy suave y blandito. Además, los prensaditos quedan bien ricos.
—Ya, pero mírale los ingredientes. Tiene un montón de cosas, más de cinco ingredientes.No puede ser muy natural.
—¿Qué tanto?
—¿Y ese pan integral qué se ve por allá? Debe tener bajo indice glicémico. Eso te conviene.
—Pero ese es muy duro. Por acá hay uno más suave, me gusta más.
—Ya, pero ese te comes fácil más de 2 rebanadas.
Y así sigue por un largo rato, hasta que suena el WhatsApp y vuelvo a la realidad. Es tarde. Tengo que terminar la compra. Voy a llevar del blanco y ese duro. Así decido en la casa.
