Cuando estudiaba el programa de coaching, hace 22 años, nos pasaron una materia: la conversación de juicios personales. Ese momento en el que uno conversa con una misma después que ha sucedido algo imprevisto.
Ahora me doy cuenta que estas conversaciones son unos monólogos bien frecuentes en mi vida. Por ejemplo, cuando comienzo a sentir hambre, lo primero que hago es dudar de mí misma y luego viene una conversación algo así:
—Pero ¿ya tienes hambre de nuevo? si ha pasado un rato no más.... A ver ¿estás segura que no tienes sed? ¿o quizás es una baja de presión?
—Mmmm, no, yo creo que es hambre porque se siente como hambre.
—¿A ver, que sientes?... No sé. Empecé a pensar en comer...
—¡Pero viste, si el hambre es mental!
—Ya, pero también siento como un vacío en el estómago y un poco de cansancio mental.
—Pero eso es porque pensaste en comida. Te lo pasas pensando en comer. Eso no es normal. ¿No será que tienes una adicción?
—¿Pero cómo voy a ser adicta al hambre?
—No, al hambre no, a la comida.
—Ya pero eso es como si me dijeras que soy adicta a respirar, no puede ser.
—Pero es que respiras normal pues. En cambio, estas todo el día pensando en comer.
—Bueno, no sé que opinión tienes de mí, pero en todo este rato solo me ha dado más hambre, así que voy a comer.
Y así se da, con matices más, matices menos, un monólogo que vivo un par de veces al día. Es realmente desgastante esa pelea eterna, en la que desconfío de mi misma.
Lo que he aprendido esta semana me hace volver a mirar esta conversación interna con un nuevo argumento: el hambre es una señal de mi cuerpo que se expresan el pensamiento, en las emociones y en el cuerpo. Tengo que aprender a confiar en mi misma. Para que mi cuerpo sepa que lo voy a cuidar y que voy a confiar en él.